"...Y yo me quedo en casa, me duele todo,
quién va a aguantarme con este mono...
Y yo me quedo en casa, no necesito
tenerte cerca cuando vomito...
Me da igual.
me voy a poner deltoya sin parar.
me da igual deltoya.
Voy a dar la vuelta a tó y no sé muy bien porqué:
y a romper deltoya.
Y a firmar en todas las paredes con mi piel..."
Extremoduro, "Deltoya"
Requería hace tiempo Citoyen una reflexión sobre una cuestión discutida numerosas veces: la legalización de algunas drogas, hoy por hoy, vetadas por la ley. Algunos, como Lüzbel, ya han aportado su análisis al respecto y he querido participar por lo interesante del asunto.
Quizá lo primero sea determinar el problema. Podríamos tomarlo como una cuestión de principios pero hacerlo así suele llevarnos al encontronazo. Invocar la libertad individual, por ejemplo, está muy bien, pero lo cierto es que todos y cada uno de los ciudadanos limitamos nuestro albedrío, con más o menos duelo, a cambio de seguridad y bienestar. Pongamos un ejemplo: a más de uno le gustaría tener un Kalashnikov en su casa, quizá sólo para colgarlo, inofensivo, al lado del cuadro abundante en jinetes y sabuesos que aburre el salón. El hecho es que, con muy buen criterio, la administración no nos deja tener armas de repetición en nuestro domicilio para epatar a las visitas. A alguno esto le parecerá una intolerable limitación de sus libertades, pero es posible que a las víctimas de Tim Kretschmer hasta les haya parecido un poco laxo el control de armas de fuego en la República Federal Alemana. Por contra, podemos proclamar la absoluta necesidad moral de erradicar el consumo de estupefacientes, perdiendo de vista las dificultades casi inabordables que impiden tal opción, empecinándonos en la represión a ultranza de la distribución y el consumo. No es una opción prudente y, sobre todo, ha demostrado fracasar en sus objetivos.
Así que en este asunto hay que tratar de encontrar un adecuado equilibrio entre bienestar social y libertad individual. Este equilibrio es dinámico y alcanzarlo exige tomar en cuenta las circunstancias, la historia, los medios, etc... la fea realidad, vamos. Los principios y valores irrenunciables mejor se los dejamos a los testigos de Jehová.
Sabido esto, podemos centrarnos en comprender los perjuicios que el uso de las drogas actualmente ilegalizadas trae al individuo y a la sociedad. A partir de aquí habría que instrumentar los medios que permitan limitar al máximo estos perjuicios, tratando al mismo tiempo de vulnerar lo menos posible la libertad individual. Veamos.
Aunque el término es quizá demasiado amplio, voy a considerar que droga es toda substancia cuya metabolización provoca un efecto narcótico, depresor, estimulante o alucinógeno. Esta definición, cómo no, es discutible, pero creo que suficiente para continuar con la discusión.
Si tal cosa fuera meramente así y no tuviera más consecuencias no habría mayor problema. Hay quien alcanza los estados descritos arriba leyendo a Lois Mac Master Bujold, montando en moto o practicando sexo con su vecinita de dieciocho años. De hecho, la práctica de tales actividades no sólo es legal si no que por mi parte lo aconsejo encarecidamente. Por contra, el consumo de drogas:
- Puede originar alteraciones en el estado de conciencia que den lugar a conductas peligrosas.
- Suele provocar, en mayor o menor grado, adicción.
- Implica, si es abusivo, daños a la salud más o menos graves en función de los hábitos de consumo y del tipo de droga de la que se trate.
Esto, en un estado social y de derecho como el nuestro, implica necesariamente la intervención de la administración para solventar o paliar los perjuicios causados por el consumo de drogas. Desde la restauración de la seguridad ciudadana hasta el cuidado sanitario del consumidor, pasando por la resolución de conflictos laborales o de deficiencias educativas originadas en los hábitos de consumo. Todo esto supone vulneraciones a bienes jurídicos de otros ciudadanos en el peor de los casos (un homicidio causado bajo influencia del alcohol, p.ej) y un considerable gasto de recursos por parte de la administración en el mejor.
Por lo tanto, es obvio que el estado ha de utilizar los medios adecuados para que el consumo abusivo de drogas sea el menor posible. Acentúo la importancia de la palabra "adecuados", pues sobre este concepto gira buena parte del razonamiento. Adecuado significa que ha de existir proporcionalidad entre los medios utilizados y los objetivos alcanzados. De poco sirve lograr un consumo de drogas casi nulo a cambio de convertir el nuestro en un estado policial, donde se vulneren las libertades y haya que gastar el 5% del presupuesto de las administraciones públicas en combatir el tráfico y consumo de estupefacientes.
El primer paso sería, pues, conocer los costos que origina tal consumo. Podríamos dividirlos en:
- Gastos soportados por el estado: de seguridad ciudadana, judiciales, penitenciarios, sanitarios, educativos y de la seguridad social.
- Gastos soportados por las empresas: absentismo laboral, bajo rendimiento, falta de adaptación y conflictos laborales.
- Gastos sociales, éstos más difíciles de cuantificar, como la desintegración familiar, influencia en el fracaso escolar, conducta desviada pre-delincuencial, psicopatologías y corrupción política y financiera.
Hay que hacer notar que la aplicación de políticas más o menos restrictivas respecto a la distribución y consumo de drogas inciden desigualmente en unos u otros. Así, una liberalización total supondría, seguramente, una muy drástica bajada en los costos de seguridad ciudadana, jurídicos, penitenciarios y en los asociados a la corrupción, pero una probable subida en el resto. Lo contrario es válido según éstas políticas sean más restrictivas.
A partir de aquí habría que estudiar más a fondo las consecuencias de la legalización y regulación del comercio de drogas. Citoyen afirma, y Lüzbel, matizándolo, está de acuerdo, en que tal legalización supondría un aumento, en agregado, del consumo. Las causas que lo provocarían serían varias pero se apuntan éstas:
- La legalización implicaría una normalización del consumo, la aceptación por parte de la sociedad de que no es una conducta censurable en tanto que no es punible.
- El menor precio y la mayor facilidad de adquisición aumentarían la demanda.
quién va a aguantarme con este mono...
Y yo me quedo en casa, no necesito
tenerte cerca cuando vomito...
Me da igual.
me voy a poner deltoya sin parar.
me da igual deltoya.
Voy a dar la vuelta a tó y no sé muy bien porqué:
y a romper deltoya.
Y a firmar en todas las paredes con mi piel..."
Extremoduro, "Deltoya"
Requería hace tiempo Citoyen una reflexión sobre una cuestión discutida numerosas veces: la legalización de algunas drogas, hoy por hoy, vetadas por la ley. Algunos, como Lüzbel, ya han aportado su análisis al respecto y he querido participar por lo interesante del asunto.
Quizá lo primero sea determinar el problema. Podríamos tomarlo como una cuestión de principios pero hacerlo así suele llevarnos al encontronazo. Invocar la libertad individual, por ejemplo, está muy bien, pero lo cierto es que todos y cada uno de los ciudadanos limitamos nuestro albedrío, con más o menos duelo, a cambio de seguridad y bienestar. Pongamos un ejemplo: a más de uno le gustaría tener un Kalashnikov en su casa, quizá sólo para colgarlo, inofensivo, al lado del cuadro abundante en jinetes y sabuesos que aburre el salón. El hecho es que, con muy buen criterio, la administración no nos deja tener armas de repetición en nuestro domicilio para epatar a las visitas. A alguno esto le parecerá una intolerable limitación de sus libertades, pero es posible que a las víctimas de Tim Kretschmer hasta les haya parecido un poco laxo el control de armas de fuego en la República Federal Alemana. Por contra, podemos proclamar la absoluta necesidad moral de erradicar el consumo de estupefacientes, perdiendo de vista las dificultades casi inabordables que impiden tal opción, empecinándonos en la represión a ultranza de la distribución y el consumo. No es una opción prudente y, sobre todo, ha demostrado fracasar en sus objetivos.
Así que en este asunto hay que tratar de encontrar un adecuado equilibrio entre bienestar social y libertad individual. Este equilibrio es dinámico y alcanzarlo exige tomar en cuenta las circunstancias, la historia, los medios, etc... la fea realidad, vamos. Los principios y valores irrenunciables mejor se los dejamos a los testigos de Jehová.
Sabido esto, podemos centrarnos en comprender los perjuicios que el uso de las drogas actualmente ilegalizadas trae al individuo y a la sociedad. A partir de aquí habría que instrumentar los medios que permitan limitar al máximo estos perjuicios, tratando al mismo tiempo de vulnerar lo menos posible la libertad individual. Veamos.
Aunque el término es quizá demasiado amplio, voy a considerar que droga es toda substancia cuya metabolización provoca un efecto narcótico, depresor, estimulante o alucinógeno. Esta definición, cómo no, es discutible, pero creo que suficiente para continuar con la discusión.
Si tal cosa fuera meramente así y no tuviera más consecuencias no habría mayor problema. Hay quien alcanza los estados descritos arriba leyendo a Lois Mac Master Bujold, montando en moto o practicando sexo con su vecinita de dieciocho años. De hecho, la práctica de tales actividades no sólo es legal si no que por mi parte lo aconsejo encarecidamente. Por contra, el consumo de drogas:
- Puede originar alteraciones en el estado de conciencia que den lugar a conductas peligrosas.
- Suele provocar, en mayor o menor grado, adicción.
- Implica, si es abusivo, daños a la salud más o menos graves en función de los hábitos de consumo y del tipo de droga de la que se trate.
Esto, en un estado social y de derecho como el nuestro, implica necesariamente la intervención de la administración para solventar o paliar los perjuicios causados por el consumo de drogas. Desde la restauración de la seguridad ciudadana hasta el cuidado sanitario del consumidor, pasando por la resolución de conflictos laborales o de deficiencias educativas originadas en los hábitos de consumo. Todo esto supone vulneraciones a bienes jurídicos de otros ciudadanos en el peor de los casos (un homicidio causado bajo influencia del alcohol, p.ej) y un considerable gasto de recursos por parte de la administración en el mejor.
Por lo tanto, es obvio que el estado ha de utilizar los medios adecuados para que el consumo abusivo de drogas sea el menor posible. Acentúo la importancia de la palabra "adecuados", pues sobre este concepto gira buena parte del razonamiento. Adecuado significa que ha de existir proporcionalidad entre los medios utilizados y los objetivos alcanzados. De poco sirve lograr un consumo de drogas casi nulo a cambio de convertir el nuestro en un estado policial, donde se vulneren las libertades y haya que gastar el 5% del presupuesto de las administraciones públicas en combatir el tráfico y consumo de estupefacientes.
El primer paso sería, pues, conocer los costos que origina tal consumo. Podríamos dividirlos en:
- Gastos soportados por el estado: de seguridad ciudadana, judiciales, penitenciarios, sanitarios, educativos y de la seguridad social.
- Gastos soportados por las empresas: absentismo laboral, bajo rendimiento, falta de adaptación y conflictos laborales.
- Gastos sociales, éstos más difíciles de cuantificar, como la desintegración familiar, influencia en el fracaso escolar, conducta desviada pre-delincuencial, psicopatologías y corrupción política y financiera.
Hay que hacer notar que la aplicación de políticas más o menos restrictivas respecto a la distribución y consumo de drogas inciden desigualmente en unos u otros. Así, una liberalización total supondría, seguramente, una muy drástica bajada en los costos de seguridad ciudadana, jurídicos, penitenciarios y en los asociados a la corrupción, pero una probable subida en el resto. Lo contrario es válido según éstas políticas sean más restrictivas.
A partir de aquí habría que estudiar más a fondo las consecuencias de la legalización y regulación del comercio de drogas. Citoyen afirma, y Lüzbel, matizándolo, está de acuerdo, en que tal legalización supondría un aumento, en agregado, del consumo. Las causas que lo provocarían serían varias pero se apuntan éstas:
- La legalización implicaría una normalización del consumo, la aceptación por parte de la sociedad de que no es una conducta censurable en tanto que no es punible.
- El menor precio y la mayor facilidad de adquisición aumentarían la demanda.
Bien, para comprobar si esto es así sería aconsejable conocer las causas por las que una persona consume drogas. Digo que es aconsejable puesto que nos permite saber si la ilegalización actúa sobre las causas o simplemente modula la conducta, reprimiéndola en este caso, como sugiere Lüzbel.
Me voy a meter en un terreno que no es el mío, así que los psicólogos de la sala pueden proceder a tirar piedras cuando lo deseen. En mi opinión las causas que empujan al consumo y posterior adicción a las drogas son diversas, pero en buena medida se originan en la frustración. Simplificando mucho, actuamos tratando de cubrir necesidades. Al lograrlo, se produce un equilibrio que se rompe de nuevo al surgir otra necesidad. El hecho es que muchas veces no logramos cubrirlas. Cuando esto sucede repetidas veces se produce frustración, algo que da lugar a un estado muy desagradable que nuestro organismo desea evitar. Las respuestas son variadas y dependen de las circunstancias y el individuo, pero una de ellas es la búsqueda de sustitutos que ofrezcan sensaciones similares a las logradas al cubrir la necesidad causante de la frustración, o que directamente permitan recuperar el equilibrio siquiera sea temporalmente.
Ciertos individuos utilizarán esta respuesta con mayor probabilidad que otros. Y dentro de esta respuesta existe la posibilidad de utilizar medios que originen consecuencias neutras o incluso positivas, como hacer deporte, o utilizar otros cuyas consecuencias pueden ser desastrosas, desde hacer carreras ilegales a pincharse heroína.
A esto se añade otro aspecto que es crucial, y que Lüzbel , acertadamente, ha tomado en cuenta: el grupo de pares. Cometemos el error de tomar la sociedad como un bloque con caracerísticas coherentes, y desde luego no es así. Toda sociedad es un conjunto dinámicamente relacionado de grupos. Un individuo pude pertenecer a varios de estos grupos, y en cada uno de ellos adoptar una conducta adecuada a sus requisitos. Lo considerado convencional, normal o virtuoso en tales grupos no coincide neesariamente con la superestructura moral que creemos mayoritaria o aceptada, por lo que la reprobación, jurídica o no, no los permea. Pasar tres días y dos noches consumiendo derivados de las anfetaminas bajo el sonido atronador que regala DJ Mulo es una conducta prefectamente apropiada en ciertos ambientes, así como emborracharse hasta las trancas en una despedida de soltero lo es en otros.
Con esto quiero decir que el peso de la reprobación social puede ser muy pequeño en aquellos individuos que deciden consumir drogas consistentemente. Además, éstos no harán un análisis racional profundo puesto que muchas veces no reconocen las motivaciones que los empujan. Y por otra parte minimizarán las consecuencias para reducir la disonancia cognitiva que origina afrontar tales riesgos por un premio tan exiguo. El análisis racional, por tanto, nos orientará poco para comprender sus motivaciones y conducta
Quiero traer a colación un aspecto que no he visto tomar en cuenta, y es la posibilidad de tener una relación no destructiva con las drogas. Pensamos que todo consumidor es un adicto al borde de la ruina física y psicológica, pero hay personas que consumen drogas sin autodestrirse. Muchos bebemos pequeñas cantidades de alcohol (no Citoyen, tres borracheras semanales no son pequeñas cantidades) y eso no supone una merma física o intelectual apreciable. Con otras drogas el equilibrio puede ser más difícil, pero es posible. ¿Por qué digo esto? Porque quizá parte del aumento del consumo no signifique automáticamente perjuicios sociales. Es algo que habría que tomar en cuenta.
Pero volvamos con el protagonista, el consumidor adicto que se daña y muy probablemente nos dañe a los demás, si no es directamente sí en nuestro bolsillo. Decía que el análisis racional no nos va a describir bien los motivos de la conducta de estas personas. No va a influir en ellos en exceso la reprobación social y tampoco la dificultad relativa de conseguir drogas en el mercado negro, que por cierto creo se exageran. A mí, que vivo cerca de Cuatro Caminos, me sería más fácil conseguir hachís o cocaína que un repuesto para la moto. Y en todo caso, estas dificultades afectarán más al consumidor "responsable" que describo más arriba. Por tanto, si queremos minimizar este tipo de conductas hemos de entender sus motivos y tratar de corregir aquello que los originó. Desgraciadamente, esto no se logra mediante regulaciones represivas. Servirán de catalizador, quizá alejen a personas socialmente adaptadas de la droga a cambio de hundir más aún a los consumidores socialmente marginados, pero no atacan el origen del problema y sí consiguen distorsionar aún más el mercado, enquistar los problemas y alimentar la corrupción.
¿Cuáles serían, entonces, las causas que llevarían al consumo irresponsable? Aquellas que originan tal frustración en algunos individuos que llegan al extremo de buscar soluciones de compensación rápidas y sencillas, aunque sus efectos puedan ser devastadores. Desde mi perspectiva, y a vuelapluma, podrían distinguirse en infraestructurales y estructurales. Las primeras posibilitarían y alimentarían a las segundas, aunque todas pueden relacionarse entre sí y producir ciclos de retroalimentación.
Las estructurales:
- Marginación socio-económica. No necesita comentarios.
- Fracaso o inadaptación socio-laboral. Aquí entra desde el parado de larga duración al ejecutivo que dedica trece horas diarias al trabajo y abandona otras facetas de su desarrollo (familiares, culturales, etc.)
- Desintegración familiar. Muy relacionada con las anteriores.
Las superestructurales:
- Fracaso educativo: referido no tanto a la formación académica, sino al proceso de socialización. Característico de personas educadas en medios autoritarios, violentos, carentes de empatía, etc...
- Fracaso escolar: retroalimenta con la marginación y el fracaso laboral.
- Adaptación asimétrica a grupos o roles: esto implica que la persona está muy adaptada a su grupo de pares, donde encuentra seguridad y aceptación, y muy mal adaptada al entorno laboral, p. ej. Puede suceder al contrario.
A tenor de todo esto, en mi opinión, una política decidida en contra del consumo pasaría por combatir estas causas así como en una liberalización progresiva y regulada. Esto exigiría pasos como los siguientes:
- Experiencias piloto previas que permitieran observar el alcance de los cambios aplicados. Las salas de venopunción y otros programas ya en marcha pueden aportar información muy pertinente a estos efectos. Se podrían diseñar otros, como por ejemplo la legalización del comercio derivados del cannabis regulado bajo ciertas condiciones.
- La legitimación exclusiva de ciertos agentes capacitados (farmacias, p. ej.) para la distribución.
- La gravación fiscal de las sustancias así como la advertencia pública de su peligrosidad, como se realiza actualmente con el tabaco.
- Sistemas de identificación del consumidor para evitar el consumo de menores, las sobredosis o el menudeo ilegal. Un carnet asociado a un consumo máximo diario verificado por el agente distribuidor legitimado, por ejemplo.
- Una estructura social y sanitaria de reinserción.
- Etc...
Eso en lo que respecta al tratamiento, los esfuerzos deberían ser aún mayores en la lucha contra las causas primeras del consumo: marginación, desintegración familiar, fracaso educativo y escolar, etc... Pero esto implica políticas muy amplias, transversales y multidisciplinares, que no es lugar para discutir ahora.
.
Me voy a meter en un terreno que no es el mío, así que los psicólogos de la sala pueden proceder a tirar piedras cuando lo deseen. En mi opinión las causas que empujan al consumo y posterior adicción a las drogas son diversas, pero en buena medida se originan en la frustración. Simplificando mucho, actuamos tratando de cubrir necesidades. Al lograrlo, se produce un equilibrio que se rompe de nuevo al surgir otra necesidad. El hecho es que muchas veces no logramos cubrirlas. Cuando esto sucede repetidas veces se produce frustración, algo que da lugar a un estado muy desagradable que nuestro organismo desea evitar. Las respuestas son variadas y dependen de las circunstancias y el individuo, pero una de ellas es la búsqueda de sustitutos que ofrezcan sensaciones similares a las logradas al cubrir la necesidad causante de la frustración, o que directamente permitan recuperar el equilibrio siquiera sea temporalmente.
Ciertos individuos utilizarán esta respuesta con mayor probabilidad que otros. Y dentro de esta respuesta existe la posibilidad de utilizar medios que originen consecuencias neutras o incluso positivas, como hacer deporte, o utilizar otros cuyas consecuencias pueden ser desastrosas, desde hacer carreras ilegales a pincharse heroína.
A esto se añade otro aspecto que es crucial, y que Lüzbel , acertadamente, ha tomado en cuenta: el grupo de pares. Cometemos el error de tomar la sociedad como un bloque con caracerísticas coherentes, y desde luego no es así. Toda sociedad es un conjunto dinámicamente relacionado de grupos. Un individuo pude pertenecer a varios de estos grupos, y en cada uno de ellos adoptar una conducta adecuada a sus requisitos. Lo considerado convencional, normal o virtuoso en tales grupos no coincide neesariamente con la superestructura moral que creemos mayoritaria o aceptada, por lo que la reprobación, jurídica o no, no los permea. Pasar tres días y dos noches consumiendo derivados de las anfetaminas bajo el sonido atronador que regala DJ Mulo es una conducta prefectamente apropiada en ciertos ambientes, así como emborracharse hasta las trancas en una despedida de soltero lo es en otros.
Con esto quiero decir que el peso de la reprobación social puede ser muy pequeño en aquellos individuos que deciden consumir drogas consistentemente. Además, éstos no harán un análisis racional profundo puesto que muchas veces no reconocen las motivaciones que los empujan. Y por otra parte minimizarán las consecuencias para reducir la disonancia cognitiva que origina afrontar tales riesgos por un premio tan exiguo. El análisis racional, por tanto, nos orientará poco para comprender sus motivaciones y conducta
Quiero traer a colación un aspecto que no he visto tomar en cuenta, y es la posibilidad de tener una relación no destructiva con las drogas. Pensamos que todo consumidor es un adicto al borde de la ruina física y psicológica, pero hay personas que consumen drogas sin autodestrirse. Muchos bebemos pequeñas cantidades de alcohol (no Citoyen, tres borracheras semanales no son pequeñas cantidades) y eso no supone una merma física o intelectual apreciable. Con otras drogas el equilibrio puede ser más difícil, pero es posible. ¿Por qué digo esto? Porque quizá parte del aumento del consumo no signifique automáticamente perjuicios sociales. Es algo que habría que tomar en cuenta.
Pero volvamos con el protagonista, el consumidor adicto que se daña y muy probablemente nos dañe a los demás, si no es directamente sí en nuestro bolsillo. Decía que el análisis racional no nos va a describir bien los motivos de la conducta de estas personas. No va a influir en ellos en exceso la reprobación social y tampoco la dificultad relativa de conseguir drogas en el mercado negro, que por cierto creo se exageran. A mí, que vivo cerca de Cuatro Caminos, me sería más fácil conseguir hachís o cocaína que un repuesto para la moto. Y en todo caso, estas dificultades afectarán más al consumidor "responsable" que describo más arriba. Por tanto, si queremos minimizar este tipo de conductas hemos de entender sus motivos y tratar de corregir aquello que los originó. Desgraciadamente, esto no se logra mediante regulaciones represivas. Servirán de catalizador, quizá alejen a personas socialmente adaptadas de la droga a cambio de hundir más aún a los consumidores socialmente marginados, pero no atacan el origen del problema y sí consiguen distorsionar aún más el mercado, enquistar los problemas y alimentar la corrupción.
¿Cuáles serían, entonces, las causas que llevarían al consumo irresponsable? Aquellas que originan tal frustración en algunos individuos que llegan al extremo de buscar soluciones de compensación rápidas y sencillas, aunque sus efectos puedan ser devastadores. Desde mi perspectiva, y a vuelapluma, podrían distinguirse en infraestructurales y estructurales. Las primeras posibilitarían y alimentarían a las segundas, aunque todas pueden relacionarse entre sí y producir ciclos de retroalimentación.
Las estructurales:
- Marginación socio-económica. No necesita comentarios.
- Fracaso o inadaptación socio-laboral. Aquí entra desde el parado de larga duración al ejecutivo que dedica trece horas diarias al trabajo y abandona otras facetas de su desarrollo (familiares, culturales, etc.)
- Desintegración familiar. Muy relacionada con las anteriores.
Las superestructurales:
- Fracaso educativo: referido no tanto a la formación académica, sino al proceso de socialización. Característico de personas educadas en medios autoritarios, violentos, carentes de empatía, etc...
- Fracaso escolar: retroalimenta con la marginación y el fracaso laboral.
- Adaptación asimétrica a grupos o roles: esto implica que la persona está muy adaptada a su grupo de pares, donde encuentra seguridad y aceptación, y muy mal adaptada al entorno laboral, p. ej. Puede suceder al contrario.
A tenor de todo esto, en mi opinión, una política decidida en contra del consumo pasaría por combatir estas causas así como en una liberalización progresiva y regulada. Esto exigiría pasos como los siguientes:
- Experiencias piloto previas que permitieran observar el alcance de los cambios aplicados. Las salas de venopunción y otros programas ya en marcha pueden aportar información muy pertinente a estos efectos. Se podrían diseñar otros, como por ejemplo la legalización del comercio derivados del cannabis regulado bajo ciertas condiciones.
- La legitimación exclusiva de ciertos agentes capacitados (farmacias, p. ej.) para la distribución.
- La gravación fiscal de las sustancias así como la advertencia pública de su peligrosidad, como se realiza actualmente con el tabaco.
- Sistemas de identificación del consumidor para evitar el consumo de menores, las sobredosis o el menudeo ilegal. Un carnet asociado a un consumo máximo diario verificado por el agente distribuidor legitimado, por ejemplo.
- Una estructura social y sanitaria de reinserción.
- Etc...
Eso en lo que respecta al tratamiento, los esfuerzos deberían ser aún mayores en la lucha contra las causas primeras del consumo: marginación, desintegración familiar, fracaso educativo y escolar, etc... Pero esto implica políticas muy amplias, transversales y multidisciplinares, que no es lugar para discutir ahora.
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3 comentarios:
Gran entrada. Exhaustiva examinando el problema desde varias ópticas. Como ya dije en el blog de Citoyen cuando propuso el tema, tengo una opinión ya formada y favorable a que "hay que hacerlo" (la legalización, me refiero), pero bastantes dudas sobre "cómo hacerlo". Por eso me ha interesado especialemente la última parte de tu entrada, en la que ennumeras varios puntos que habría que acometer: experiencias piloto, distribuidores autorizados, gravamen fiscal, identificación de consumidores, estructura de reinserción... Creo que el debate debería centrase en estos temas, en cómo hacerlo de una manera inteligente y que prevea razonablemente los problemas.
Por otra parte, cuando dices que además habría que atacar las causas primeras del consumo creo que estás tocando un punto esencial. Cada vez más tiendo a pensar que los problemas enquistados tienen causas profundas que no se resuelven fácilmente y simplificando el problema... y el del consumo de drogas es uno de estos problemas. Si hay que tocar "políticas muy amplias, transversales y multidisciplinares" para mejorar situaciones de marginación, desintegración familiar, fracaso educativo y escolar, etc..., estamos hablando de cuestiones estructurales que los gobiernos, y particularmente en España, son remisos a atacar (otro ej. sería el mercado laboral...) y cuando los atacan, es para joder un poco más lo que ya había (ej., sucesivas reformas educativas). Esto nos deja el debate de las drogas en una situación preocupante, pues aún con el sistema de legalización mejor diseñado, el proyecto podría ser un rotundo fracaso si no se hace nada con las "causas primeras"... Lógicamente, si fueramos capaces de atacar seriamente las "causas primeras", el diseño del sistema de legalización sería una cuestión mucho más secundaria.
Una entrada interesante. Te dejo la aportación que hice al debate por si te apetece leerla:
http://geografiasubjetiva.com/2009/03/10/legalizacion/
Ya la había leído Geógrafo, gracias, de hecho tuve en cuenta las entradas de Cit, Luzbel, tuya y alguna que no era de neoprogs, para hacer la entrada más (demasiado) exhaustiva.
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