De un tiempo a esta parte leo en algunos artículos y escucho en algunas tertulias la vieja cuestión de hasta qué punto los factores culturales influyen en la economía, o más concretamente, en el nivel de desarrollo (la riqueza, en definitiva) de los distintos países.
Dada la crisis económica que vivimos, y los recientes problemas de España y otros países del grupo de los
PIGS con su deuda, estas “agudas” reflexiones han proliferado en los medios. Recomiendo fervientemente que leáis este artículo de El País: “
La Economía entiende muy poco de dioses”, ya que aunque el tratamiento es un tanto superficial y frívolo, pone sobre la mesa varias cuestiones interesantes y resume las posturas de varios economistas y sociólogos al respecto.
La cuestión es si la religión (y más en general, los aspectos culturales de una sociedad) tienen tanto peso como para condicionar el desarrollo económico de los países. Este tema se ha debatido desde hace tiempo, al menos desde que Max Weber defendiera las supuestas ventajas de la moralidad protestante frente a la católica a la hora de hacer negocios. Otras veces, sin embargo, y un tanto en contradicción con lo anterior, se ha hablado de las ventajas de las religiones “occidentales”, intervencionistas y materialistas, sobre las orientales (budismo, confucionismo…), que más bien empujan al individuo hacia el retiro, la introspección y el rechazo a lo material, deduciendo por ello que los países orientales nunca llegarían a ser potencias económicas y serían siempre avasallados por el empuje de los occidentales.
Mi postura al respecto está clara:
no aceptar explicaciones que sirven para explicarlo todo, y por lo tanto, no explican nada. Para empezar, existen muchísimas excepciones a la tesis de que la religión influye en la riqueza de las naciones: las hay ahora, y las ha habido en casi cualquier momento histórico donde se nos ocurra “hacer la foto”. Entre otras cosas, porque el desarrollo económico de casi todos los países ha venido cambiando continuamente desde la Revolución Industrial, si bien de manera desigual y con acelerones y frenazos en según qué momento histórico y en qué lugar geográfico… pero con una tendencia general al crecimiento (con la excepción del África Subsahariana). Pues bien, parafraseando al economista Sala i Martin, “
tú no puedes explicar algo que cambia rápidamente mediante factores que o bien no cambian o bien lo hacen muy lentamente” (como son la religión y la cultura). Dicho sea de paso, los términos “cultura” o “factores culturales” son suficientemente vagos como para dar cabida en ellos a cualquier cosa.
Hoy hay muchos países católicos que son más ricos que los protestantes de su entorno. Y las economías de Japón, Hong Kong, Taiwan o Corea del Sur, y cada vez más la de China, desmienten también la tesis de las “religiones orientales”.
¿Por qué razón, entonces, es tan persistente la idea de que la religión y la cultura influyen en la riqueza de las naciones? Muy sencillo: porque es una explicación fácil, muy a mano para los que no quieren hacer el trabajo duro, el trabajo científico… parece que de forma natural lo explica todo, aunque no explique nada, es decir, exactamente igual que las pseudociencias.
Es una narrativa fácil de entender por todo el mundo y además alimenta nuestros prejuicios: los irlandeses son vagos y borrachos en comparación con los ingleses; los anglosajones protestantes son industriosos y emprendedores en comparación con los católicos mediterráneos, más dados a la resignación y a la sopa boba; los musulmanes son fanáticos y dados a la traición; los orientales son sumisos y carentes de liderazgo y de creatividad;… y, en fin, los negros son menos inteligentes aunque tienen el miembro más largo…
Tomemos como ejemplo la tesis defendida por del sociólogo Enrique Gil Calvo sobre los países europeos en el artículo enlazado: los tres “grados de bienestar” (nórdico-socialdemócrata, anglosajón-liberal y continental-democristiano), que el ínclito profesor relaciona directamente con la religión (luteranos, calvinistas, católicos), mezclando en la coctelera también el “grado de tolerancia a la corrupción”. No parece importarle mucho meter a los PIGS en el grupo de comportamiento “continental-democristiano” a pesar de que hay alguno no continental (Irlanda) y alguno no católico (Grecia). Lo dicho, todo vale si confirma nuestros prejuicios. Porque cuando a los PIGS les iba bien, (particularmente bien a Irlanda y a España) supongo que era porque sus ciudadanos dejaron de ir a misa.
¿Es posible dar alguna explicación alternativa a la situación de crisis de los PIGS, que no caiga en el “recurso fácil” de la religión y la cultura? Bueno, podemos hacer el intento… por ejemplo, os recomiendo
este artículo de Javier Andrés en el blog NeG sobre los desequilibrios globales.
Hay que decir que pensadores a los que respeto más que a Gil Calvo también se apuntan desde hace tiempo a la “tesis de la cultura”. Como ejemplo, leed
éste artículo del economista Jeffrey Sachs sobre el crecimiento en la “economía budista” de Buthan, que es, en efecto, una bonita historia. Se pueden encontrar historias de éxito similares (aunque escasas) en otros países que parecen destacarse poco a poco sobre el lúgubre destino de sus vecinos: los primeros que me vienen a la mente son Costa Rica, en Centroamérica, y Botswana, en el África Subsahariana. ¿Qué se puede decir para explicar su éxito? Pues, como diría la gente que se dedica a estudiar la Economía del Desarrollo, el problema es que se puede decir muy poco, o al menos ser muy cauteloso, a la hora de explicar por qué unos países tienen éxito y otros no… hay que observar, tomar datos, relacionar variables, construir un modelo y testarlo. Ya sé que no es fácil. Lo fácil es recurrir a la religión, a la raza, a la cultura negra, a la crueldad del pasado colonial… Pero si somos más cuidadosos, si tenemos en cuenta todos los factores que pueden influir, y que podemos observar incluso en el artículo de Sachs sobre Buthan (aunque él prefiera el budismo como explicación última), veremos cómo surgen del análisis cuestiones relacionadas con el buen gobierno, la apertura del mercado, el aprovechamiento inteligente de tus recursos naturales o de otras ventajas comparativas, la estabilidad institucional, etc… y, en definitiva, una correcta toma de decisiones político-económicas, que trascienden (por suerte) la cultura, la religión y hasta cierto punto, el entorno geográfico que te ha tocado.
Desde luego, la respuesta a la pregunta del por qué de la riqueza de las naciones está lejos de estar clara: es un campo de investigación apasionante de la Economía del Desarrollo. Y como tal campo de investigación, podría ser que finalmente asignara algún papel a los aspectos culturales o religiosos. Mi propia opinión al respecto no es la de despojarles absolutamente de algún papel: pienso que dichos aspectos, en el mejor de los casos, “
modulan” la respuesta de una sociedad ante determinadas políticas. Es decir, podrían influir en el grado y facilidad de implantación de determinadas políticas y por lo tanto explicar pequeñas diferencias en la “manera de crecer” de unos países y otros. Pero no hasta el punto de condicionar su éxito o su fracaso. Pero esta es una hipótesis que, como todas, tiene que ser sometida al juicio empírico.
Mientras tanto, huyamos de las explicaciones fáciles sobre cuestiones que distan mucho de estar resueltas.
ACTUALIZACIÓN: Un estudio curioso relacionado con el tema del post lo podéis ver comentado en el blog Neoconomicón: "
Democracia pluvial".