16/9/11

Ha muerto Walter Bonatti

"La montaña no es como los hombres. La montaña es sincera"

Se ha ido uno de los grandes del alpinismo. De todas las historias épicas de los pioneros de las montañas, la de Bonatti es la más triste, o la más indignante, según se mire.

Esta vez, sin embargo, el tiempo ha puesto a cada uno en su sitio. A mis lectores interesados en montañismo les dejo este enlace (con video incluido donde se ve cómo escalaba este tío), y recomiendo fervientemente éste resumen de su vida y de la polémica que la marcó.

Descanse en paz.

2/9/11

La insoportable levedad de las voces de la izquierda

El gran oráculo ha vuelto de vacaciones, y ha hablado: (video Gabilondo)

Para un tipo que “aporta una mirada propia llena de serenidad y sentido común”, según afirma la presentación de su video blog, es notable el recurso al lenguaje de máximos que utiliza últimamente: nada menos que la “derrota de la democracia”, y la consagración de “un modelo de sociedad que expulsa a los pensamientos más progresistas o de izquierdas a favor de los pensamientos neoliberales”.

No debe sorprendernos. Desde el estallido de la crisis algunos venimos asistiendo con pesadumbre (y con enfado) al establecimiento de una especie de “posición oficial” de las izquierdas de éste país que yo identifico con la vuelta a los eslóganes vacíos de contenido, la idealización de la “democracia real” y asamblearia, la consagración de un hombre de paja (“los mercados”) como enemigo a batir y, en definitiva, una reivindicación de las utopías y de los Mundos de Yupi frente al análisis riguroso de los hechos y de los mecanismos disponibles para hacerles frente.

Se ponen de moda y se saludan con alborozo los panfletos revolucionarios de ancianitos bienintencionados, como el “Indignaos” del francés Stephane Hessel que se copian y amplían en España (ver “Reacciona”), pero durante muchos meses algunos ya estaban preparando el terreno desde publicaciones “intelectuales” que no se han enterado de que Mayo del 68 ya pasó. Personas con supuesto prestigio y con llegada a los medios (aunque ellos se quejen de que se les silencia) como Vicenç Navarro, la mayoría de los tertulianos de la SER, muchos columnistas de El País y casi todos los de Público, mantienen desde hace tiempo un discurso parecido, según el cual estaríamos embarcados en un proceso de desmantelamiento del Estado de Bienestar y de los “derechos adquiridos” por los ciudadanos, a cargo de “los mercados” y el “neoliberalismo” y poco menos que dirigido desde Europa y organismos internacionales como el FMI.

Dejemos claro antes de nada que, desde una posición de izquierdas, hay motivos más que sobrados para indignarse con la situación política y económica, y muchas dinámicas están ocurriendo que requieren de una vigilancia atenta: muchos de los agentes que agravaron la crisis no han recibido el castigo que se merecen, las normas regulatorias y de gobernanza económica y financiera que se prometió reforzar parecen estancadas o avanzar con cuentagotas, la Unión Europea reacciona ante los sobresaltos económicos con improvisación y demagogia, con un sálvese quien pueda y a defender cada uno sus propios intereses… Europa está en una encrucijada y sus gobernantes no parecen estar a la altura. ¿Y qué decir de España? Sus gobernantes tampoco están a la altura, ni lo estarán los que vendrán el 20-N (ya han demostrado sobradamente su mediocridad), lo que es más grave aún por los problemas particulares que arrastra España desde hace tiempo: un mercado de trabajo dual e insolidario que condena a la precariedad a una generación, un tejido productivo excesivamente basado en la especulación inmobiliaria y en el turismo de bajo nivel, absurdas regulaciones y trabas para la competencia y la creación de empresas, un modelo energético kafkiano, un modelo educativo en caída libre y sometido a los indecentes caprichos de cada nuevo gobierno, una alarmante falta de consenso sobre los temas estratégicos de Estado entre los partidos políticos (salvo el terrorismo) y todo ello con un Estado de Bienestar raquítico en comparación con los mejores, que no sólo hay que sostener sino que debería ser ampliado.

Y mientras tanto, la izquierda discutiendo la calidad de la democracia, el ataque a “nuestros derechos”, la llegada del “neoliberalismo” y otras variantes del sexo de los ángeles.

Lo descorazonador que tiene asistir a este posicionamiento de las voces progresistas, para los que consideramos que la izquierda tiene mucho que decir, es el temor de una deriva hacia la irrelevancia. A lo Izquierda Unida, vamos.

Es lamentable que la izquierda guste tanto de los posicionamientos previos en abstracto sobre cualquier tema, y por los grandes debates ideológicos y filosóficos sobre la democracia, el sometimiento de la política al poder económico y la defensa de ése “derecho inalienable” llamado Estado del Bienestar. Pero resulta que el Estado del Bienestar no es un derecho fundamental de las personas, ni un estado natural, ni un ente abstracto que una vez conseguido es mejor no tocar para no desmantelarlo: es un conjunto de mecanismos que hemos ido implementando porque creemos que es mejor para los individuos que conforman una sociedad, y que no es gratis: hay que alimentarlo, sostenerlo y permitir su disfrute a las futuras generaciones.

Y el Estado de Bienestar está sin duda en crisis, y conservarlo requiere imaginación, coraje y mecanismos para cambiar la dinámica de hechos que lo están poniendo en riesgo… defenderlo no consiste en querer mantenerlo en formol como si no pasara nada. Paradójicamente esta izquierda, al cuestionar sin más cualquier intervención sobre los pilares del Estado del Bienestar (subsidio de paro, mercado de trabajo, pensiones…) se ha convertido en una “izquierda conservadora”, incapaz de articular un discurso de cambio hacia la sostenibilidad.

Precisamente cuando la socialdemocracia y las posiciones progresistas deberían tener más que nunca un peso relevante en el debate político reivindicando sus conquistas y reinventando la manera de sostenerlas, frente a una derecha sin escrúpulos, fracasada e hipócrita, resulta que los representantes de la izquierda se cierran al análisis riguroso de los hechos y de sus posibles soluciones, prefieren la utopía al pragmatismo, y hacer demagogia con la indignación popular para regodearse en un discurso apocalíptico en lugar de empezar a preparar el discurso del futuro.

La fraseología del estilo “esto no es una verdadera democracia”, “los mercados han dominado a la política”, “el que quiera tocar las pensiones es un peligroso neoliberal” y, en general, ésa especie de “estás conmigo o contra mí”… sólo son una desesperante pérdida de tiempo que escamotea el verdadero debate: qué mecanismos podemos implementar que nos permitan una salida de la crisis lo más rápida posible, que refuercen nuestra economía ante crisis futuras, y que garanticen la sostenibilidad del Estado de Bienestar. Y en este, el verdadero debate, hay mucho que hacer y mucho que decir: porque es cierto que no todas las respuestas están claras. Es cierto que la derecha, más que posible ganadora de las próximas elecciones, tratará de arrimar el ascua a su sardina y aprovechará para implementar por la fuerza recortes y políticas insolidarias (ver Cospedal en Castilla la Mancha) bajo la mirada indignada y ofendida, pero inútil, de todos estos voceros de la izquierda que están permitiendo a la derecha dominar el espectro político, cuando debería estar escondida en su cubil para esconder sus vergüenzas, aquellas que allanaron el camino al estallido de la crisis.

La derecha ocupa el espacio político porque la izquierda se lo está permitiendo, por su propio abandono de dicho espacio hacia posiciones irrelevantes y necias de supuesta defensa del desfavorecido. Pero el desfavorecido no necesita discursos paternales ni llamadas filosóficas a regenerar la democracia, necesita que salgamos de la crisis y se le ofrezcan soluciones que mejoren su calidad de vida, y si la izquierda no plantea soluciones factibles, ahí aparece la derecha reivindicándose como única solución, repitiendo el discurso falaz del “gestor eficaz” que sabe lo que hay que hacer, frente a la “ideologizada izquierda”. Que nadie se lleve a engaño: no hay más que oír las propuestas económicas de Rajoy y Montoro para reconocer su vacuidad y constatar que no han entendido nada, y sólo hace falta leerse algún documento de la Fundación FAES para saber hasta qué punto la ideología puede convertir en absurdo el análisis económico.

Frente a ellos, otra izquierda es posible, y es más necesaria que nunca. ¿Dónde se esconde?