Cuando uno defiende su postura con pasión, está convencido de que es la correcta, y lo hace durante un tiempo prolongado, se busca el blanco y negro y se olvida uno de los grises. Es decir, se tiende a insistir demasiado en los argumentos más inmediatos, llamativos y que refutan al “rival dialéctico”, en detrimento de otros, posiblemente más importantes, pero sujetos a discusión e incertidumbre.
En el proceso de reforma laboral que el gobierno está tramitando, lo anterior se traduce en lo siguiente: para unos, la reforma es la solución a la mayoría de nuestros problemas, no importa tanto su contenido: es necesaria una reforma y punto. Para otros, la reforma es un ataque a los derechos de los trabajadores, una consecuencia del sometimiento de los gobiernos al “imperio de los mercados”.
Llegados a este punto, es necesario recordar lo obvio:
- La reforma laboral no es una receta para resolver un problema inmediato. No reconocer esto, incluso por sus más acérrimos defensores, y explicarlo bien al ciudadano, conducirá a frustraciones de algunos y a un clima de crispación en el que los otros enarbolarán el “yo ya lo dije” sin posibilidad de ser rebatidos.
A este respecto, no ayuda nada argumentar que el mercado laboral español es de los más flexibles según algún indicador que circula por ahí, obviando que lo es de forma agregada porque es tremendamente (e indeseablemente) flexible para un 30% de la población y relativamente rígido para el resto. Tampoco ayuda ver día sí y día no al Gobernador del Banco de España reclamando la reforma: está bien que una figura cualificada que dispone de mucha información ofrezca su opinión sobre el tema, pero tanta insistencia, cansa. Sobre todo porque aún estamos esperando que se ocupe de lo que debería, que es de la reforma financiera y de las Cajas de Ahorro.
- El pim-pam-pum antisindical (en palabras de José Rodríguez), no debe exacerbarse. Cambiar el statu-quo no es fácil para nadie. Los sindicatos se enfrentan también ellos a un proceso: no se trata sólo de combatir una medida que consideran que daña sus intereses o los de sus representados, o su posición en el diálogo social… se trata de que los sindicatos deben redefinir su papel dentro de la sociedad, deben reinventarse, y eso no es fácil para nadie… además, “al enemigo hay que dejarle una salida”, si piensas que aún puede hacer daño. El hecho de que los sindicatos reciban palos por todas partes y estén cada vez más acorralados creo que no puede traer nada bueno. Yo, sin embargo, confío en que lo consigan y salgan de todo esto manteniendo posturas y actitudes menos ancladas en el pasado y los eslóganes. Confío mucho menos en que lo haga la CEOE: mientras que de los sindicatos se puede decir que han sido razonables en el pasado reciente, la CEOE aún mantiene como presidente a un despreciable mamarracho cuya actuación y actitud debería avergonzar a cualquier empresario de este país.
- Otro punto que me preocupa de la reforma laboral es que se está olvidando lo importante, y centrando todo el debate, como siempre, en los costes del despido. Y se está olvidando exigir a la contraparte: se pone toda la presión en los sindicatos, y se pide un esfuerzo a los trabajadores... pero se nos está olvidando exigir al empresario que cumpla su parte. ¿Qué van a hacer las empresas para mejorar la productividad? La reforma no puede ser un cheque en blanco para las empresas y que éstas tampoco cambien el statu quo. Medidas para indexar los salarios a la productividad, por ejemplo, las empresas son las que tienen que crear mecanismos para aplicarlas con rigor… Otra medida posible que recuerde al empresario su responsabilidad es la de penalizar a las empresas según su historial de despidos. Seguro que hay otras: ¿qué se puede hacer para fomentar la tan traída y llevada innovación? Y hablo de innovación quitándole todo el glamour y el idealismo al proceso, como bien se argumenta aquí y aquí. Sobre todo estoy pensando en las miríadas de PYMES y autónomos que configuran la mayoría del tejido productivo de este país, para los que todo esto posiblemente suene a chino…
- Eliminar la dualidad. No puede seguir habiendo un 30% de “parias”, la mayor parte jóvenes que sin estabilidad laboral no pueden tener proyecto de futuro. La multiplicidad de contratos eventuales fomenta el fraude (y no, aumentar el nº de inspectores de trabajo no es la solución), favorece la inversión en ladrillos y chiringuitos de playa y, sobre todo, conforma una especie de “reserva para los malos tiempos” para los empresarios, una bolsa de gente que saben que no tendrán problemas para despedir cuando las cosas se pongan difíciles, y por tanto que no tienen ningún incentivo para convertir en indefinidos e invertir en ellos.
- Eliminar trabas burocráticas y confusión legal a los procesos de contratación y despido. (Y que los costes no dependan de la decisión de un juez, como argumenta Citoyen en el enlace anterior)
- Reconfigurar la negociación colectiva. Este es un punto complejo, pero el objetivo debe ser claro: que los salarios no tengan un efecto procíclico: no pueden estar aumentando cuando la situación económica empeora. Como ya argumentaba en otra entrada, la reforma debe evitar que los ajustes de productividad se produzcan masivamente vía incrementos del paro, y debe favorecer en lo posible (no es la única tecla a tocar) el incremento sostenido del “valor generado”.
- Flexiseguridad: se nos vuelve a olvidar mirar a los países escandinavos, o dicho de otro modo: proteger al trabajador, no al puesto de trabajo. La protección debe aumentar, pero debe incentivar la búsqueda de empleo. Una idea que me gusta es la de incrementar los años de cobro del subsidio del desempleo, pero en cantidades decrecientes con el tiempo. El objetivo es evitar el paro de larga duración, con sus indeseables efectos sobre la productividad y la moral del parado. Pero mejorar la empleabilidad del trabajador exige algo más que su propio esfuerzo: también exige unos servicios de búsqueda de empleo y de formación y reciclaje del trabajador parado que funcionen y no sean meras oficinas administrativas para tramitar el cobro del subsidio.
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