Se acercan las elecciones locales y es pertinente preguntarse de nuevo por qué arrasan en las urnas opciones políticas cuyas listas aparecen salpicadas de imputados en escándalos de corrupción.
Es cierto que una imputación no es una condena, pero la mayoría de estos escándalos no son una acusación aislada de última hora (en cuyo caso el ciudadano podría optar por la presunción de inocencia o incluso sospechar de alguna maniobra política para desacreditar al rival). Bien al contrario, estos asuntos (Gürtel en Madrid y Valencia, ERE’s en Andalucía….) copan las portadas de los periódicos durante meses o años, lo suficiente como para que el ciudadano votante empiece a sospechar que algo podrido debe de haber efectivamente debajo de las alfombras.
No parece ser el caso, a juzgar por las últimas encuestas que aseguran que Camps arrasará en Valencia, Aguirre (no directamente implicada, pero con alguna conexión sospechosa en sus listas) en Madrid y Fabra y otros oscuros personajes de la política local, en sus respectivos feudos… Por lo tanto, o bien el ciudadano no da crédito a las informaciones periodísticas ni al trabajo de jueces, fiscales y policías o, lo que es peor, no le importa.
En un debate radiofónico reciente, un tertuliano de izquierdas daba su explicación, escandalizado, afirmando que “los ciudadanos prefieren la eficacia a pesar de la corrupción”, es decir, prefieren dar su voto a un equipo con imagen de eficaz, a pesar de ser sospechoso de corrupción, que de alguna manera se consideraría algo inherente a la política y con lo que hay que convivir, un mal menor si lo comparamos con las consecuencias de una política ineficaz.
Abandonando momentáneamente la variable “corrupción” de la ecuación, lo cierto es que el que proyecte una imagen de eficaz suele tenerlo mejor ante una elección. Digo “imagen” porque lo que es y no es una política eficaz es, en términos objetivos, muy discutible, pues puede serlo para unos ciudadanos y no para otros. Quedémonos, por lo tanto, en que este tipo de políticos que arrasan en las urnas tiene, como mínimo, “imagen de eficaz” (como Gallardón o Aguirre en Madrid): hacen cosas y saben presentarlas ante el público, que no profundiza mucho más en las consecuencias o los objetivos a largo plazo que puedan tener. Y no digamos ya si añadimos a una oposición inexistente, con mensajes confusos e incapaz de articular un mínimo discurso coherente… vamos, como en Madrid y Valencia. Esto lo explica fantásticamente bien para Valencia Jorge Galindo en éste artículo, pero en líneas generales serviría también para Madrid.
Por lo tanto, vemos que cuando la imagen de eficacia confluye con una oposición inoperante, el político que copa la administración local suele arrasar en las urnas. Pero si a esto le añadimos los escándalos de corrupción entre sus filas, quizá la explicación se quede corta y tengamos que añadir algún elemento al debate. Es lo que hace el profesor de Ciencias Políticas de la Univ. de Gotemburgo, Víctor Lapuente, en éste artículo. En él, cita tres razones fundamentales para “la paradoja de la corrupción”:
• La ausencia de una burocracia meritocrática suficientemente impermeable al clientelismo
• El sistema electoral de listas cerradas
• La falta de pluralidad interna de los medios de comunicación
La primera creo que está clara y a las ventajas de disponer en las administraciones de una tecnocracia que acceda al puesto por algún tipo de sistema de méritos independiente del partido que gobierne, ya se ha referido Cives (artista anteriormente conocido como Citoyen) en varios artículos que merece la pena repasar (por ej, éste). Según Víctor Lapuente, esto explica la relativamente poca corrupción de la Administración General del Estado en comparación con las administraciones autonómicas y locales.
En cuanto al sistema de listas cerradas, no tengo muy claro si el remedio sería peor que la enfermedad… os remito a lo comentado por Roger en éste post.
Me interesa particularmente la última. El problema no es que no haya pluralidad de medios de comunicación, cada uno de los cuales es afín a determinadas posiciones políticas o directamente a algún partido. Esto ocurre así en cualquier parte del mundo. El problema radica en “el mensaje monolítico” (en palabras de Lapuente) de los medios de comunicación patrios, la ausencia de una auténtica pluralidad interna que permita presentar en un mismo medio distintas posiciones o matices, que fomente el auténtico periodismo de investigación (no la búsqueda del escándalo y la difamación gratuita tan común en nuestros medios) y que permita y recompense la rectificación ante el error.
Por el contrario, nuestros medios de comunicación suelen cerrar filas y hacer frente común con el político o el partido que les es más afín, tratando de desprestigiar no sólo las informaciones del “medio rival”, sino a policías, jueces, fiscales y a todo el que trabaje en la investigación y causa de una trama de corrupción del partido al que defienden en su línea editorial. Y se dedican con ahínco a tratar de sacar los trapos sucios del partido rival (lo cual no sería malo en sí mismo) inventándose la noticia si fuera necesario (lo cual ya es harina de otro costal).
El papel que en la sociedad cumplen estos medios, entonces, se pervierte, pues hacen el mismo papel que los votantes incondicionales de los partidos, aquellos convencidos que votan al mismo elección tras elección, opción que es respetable en un ciudadano votante, pero que es lamentable en un medio de comunicación.
Y el problema no es ya que estas actuaciones contribuyan a aumentar el desprestigio de los propios medios de comunicación (esto sólo parece preocupar a un número limitado de ciudadanos especialmente escrupulosos) sino que socavan cada vez más el prestigio de las instituciones encargadas de destapar la corrupción, investigarla, acusar, juzgar, condenar o absolver… y también de informar sobre la misma. Consiguiendo así que el ciudadano piense que todo es inventado, o es una exageración, o directamente se desvincule de la participación política lleno de hastío.
Hay otra razón que siempre me ha parecido entrever cuando un alcalde acusado de mil tropelías sale del juzgado entre vítores de sus conciudadanos, a veces después de haber pagado una fianza millonaria por la que nadie se pregunta. Es una especie de “cierre de filas cavernícola”, algo así como “quiénes son éstos que vienen a meter las narices en las cosas de nuestro pueblo, con lo simpático que es este tipo, la cantidad de monumentos que inaugura y lo generoso que es con su dinero”. Una especie de paletoide defensa de la tribu, unida a un repugnante servilismo para con el poderoso, ese afán de algunos de arrimarse al rico para trincar las migajas, porque de “los otros” nada se va a poder trincar.
En cualquier caso, me temo que el próximo 23 de Mayo, tras las elecciones, asistiremos de nuevo a algún discurso vomitivo que defenderá que las urnas “han vuelto a legitimar” a una buena panda de corruptos.
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