Después de la barrida que ha hecho el PP, ya se están empezando a escuchar las habituales llamadas a “la renovación ideológica” del PSOE (como la de Barreda) y a la “regeneración del partido”, una especie de vuelta a los orígenes que al parecer se habrían perdido durante los últimos años, sobre todo después de haber tenido que aplicar unas medidas económicas que se perciben como impuestas desde fuera y que son rechazadas por eso que se ha dado en llamar “las bases” del partido.
Apañados estamos.
El PSOE está ahora mismo en una encrucijada histórica en su larga trayectoria como partido. Y lo que salga de la reflexión interna que debe afrontar marcará la larga travesía del desierto que le espera durante los próximos años: o bien se pondrán las bases para una futura, más allá del medio plazo, reconciliación con su base sociológica de votantes; o bien se enriscará en sus males y no sólo se enfrentará a varias derrotas seguidas, sino que disminuirá su suelo electoral de forma irremisible.
¿Cuál es el riesgo que veo? Que el partido y sus ideólogos se encaminen con entusiasmo hacia la segunda opción. La probabilidad de que la actual ejecutiva del PSOE haga un mal diagnóstico de su derrota es altísima, pues estos tipos vienen sacando sobresaliente cum laude en hacer malos diagnósticos de la realidad.
Ante todo, dejemos una cosa clara: a los socialistas les ha derrotado básicamente la crisis económica y el 21% de paro. Les hubiera derrotado en cualquier caso, si bien creo que podrían haber evitado la debacle si su gestión de la crisis hubiera sido otra.
Teniendo en cuenta la tradicional falta de autocrítica de nuestros políticos, la tentación de culpar a la crisis y dejar que el tiempo pase sin hacer nada, seguro que forma parte de los debates internos (al fin y al cabo, dirán algunos, a Rajoy le ha funcionado). Aún peor, con tanta atención mediática a los “indignados” del Movimiento 15M, con los medios afines y algunos sesudos columnistas de la izquierda repitiendo machaconamente que los políticos han sido vencidos “por los mercados”, que la “democracia real” está secuestrada por los intereses económicos y que quien de verdad maneja el destino de los gobiernos son los bancos y a lo sumo un grupito de malvados especuladores que se sientan alrededor de una mesa para ver cuál es el próximo país que hunden en la miseria… pues es muy tentador concluir que los votantes socialistas han castigado al partido por aplicar medidas “neoliberales” y recortes sociales impuestos desde fuera, y que es necesario volver a las esencias socialdemócratas de los buenos tiempos, y no traicionarlos nunca, nunca más, palabrita de Niño Jesús…
Como si la “socialdemocracia de los buenos tiempos” fuera aplicable sin cambios a los tiempos de ahora. Como si el Estado del Bienestar, una conquista de la civilización que no ponen en duda más que unos pocos privilegiados que creen no necesitarlo y no quieren pagarlo, así como los forofos de las diversas sectas ultraliberales y neocon que campan por el panorama mediático, no tuviera que ser fuertemente revisado, con el fin no de recortarlo o eliminarlo, sino precisamente de asegurar su sostenibilidad.
La disyuntiva del partido es fuerte, eso no se puede negar. ¿Existe alguien que desde dentro sea capaz de elevarse por encima del ruido mediático y analizar lo que de verdad hay que hacer? Ese alguien, si existe, deberá ser capaz de abandonar el discurso populista anti-mercado y los grandes mensajes filosóficos contra el capital, los bancos y los gnomos de jardín que parecen sacados de un concierto hippie de los años 70 (eso que se lo deje a Izquierda Unida, que sigue estando feliz arrancando un puñado de votos, claramente circunstancial, y sabiéndose el guardián de las esencias de la “auténtica izquierda”). Deberá descartar propuestas chupiguay al estilo de las de los acampados de Sol, que son irrelevantes, o irrealizables o contraproducentes: a todos nos gusta el Bien y aborrecemos el Mal, pero mientras tanto hay cosas más importantes que hacer por el país.
Deberá ser capaz de asumir lo que la Economía tiene que decir sobre algunos tipos de problemas, y por supuesto rodearse de gente capaz de entender, y capaz de saber explicar lo que se hace. Uno de los grandes problemas de los partidos, en general, y del PSOE, en particular, es la de promover el ascenso del mediocre más pelota o del amigo del líder. Los gobernantes mediocres y las políticas gallináceas pueden ser tolerados en tiempos de bonanza (y así creo que ocurrió en la segunda elección de Zapatero, donde la gente le renovó la confianza a pesar de sus pepiños y sus pajines, pues al fin y al cabo la fiesta continuaba). Pero un país no se los puede permitir cuando llegan los malos tiempos (tampoco auguran un brillante panorama Rajoy y sus cospedales, dicho sea de paso).
Una de las cosas más importantes que tiene que hacer ese líder socialista hoy por hoy inexistente (…podría haber sido Rubalcaba con menos años y menos plumas perdidas por el camino) es reconciliarse con la ciudadanía y recuperar la confianza de su votante potencial, de ése votante más o menos centrado que vuelca las elecciones a uno u otro lado. Puede que yo sea un iluso, pero lo que creo que debería hacer es recuperar la honestidad en el discurso y no tratar al votante como si fuera imbécil. Esto pasa, básicamente, por explicar por qué se toman las medidas que se toman, por qué se opta por unas políticas y no por otras, y que, por supuesto, que hay una incertidumbre inherente a la aplicación de toda política que no nos asegura al 100% los resultados perseguidos. En particular en la aplicación de medidas de política económica, pues dicha ciencia no está tan avanzada como para asegurarnos que a tal acción le seguirá cual reacción. Pero se debe envolver la acción política en una lógica entendible por los ciudadanos y dotar al discurso de una narrativa que sea capaz de enganchar a los votantes. Un votante que tenga confianza en sus políticos se dejará convencer casi de cualquier cosa (como hizo González en el referendum de la OTAN o en la reconversión industrial, por dar un ejemplo del mismo partido), y hasta es posible que no castigue demasiado al político tras la aplicación de medidas duras o impopulares, pero necesarias (o al menos, no tanto).
Y todo esto no significa “plegarse a los mercados”, “venderse al capital”, dejar que “ganen los de siempre”, etc. Significa entender la realidad, y que existen algunos mecanismos, alejados de los grandes conceptos ideológicos, que nos pueden ayudar a superar nuestros problemas. Significa reconocer que estamos en medio de un incendio que nosotros no hemos provocado pero que hemos avivado alegremente viviendo en una casa de madera y pajitas, y por lo tanto que tenemos que construir una casa de acero y cemento, y eso exige tiempo, dinero y coraje político, y también que vamos a salir de él más pobres y con bastantes tullidos y mutilados.
Eso sí sería una revolución en el partido. No lo parecería, no generaría titulares, pero lo sería. Y serviría para mejorar el futuro del país. Y luego, que las urnas decidan, que para eso están…
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