Siempre me he asustado cuando he detectado en el discurso de una persona, sobre todo si ésta ocupa un puesto de importancia en la sociedad, un cierto sesgo de iluminado, una especie de seguridad y convencimiento absoluto en lo que está diciendo y haciendo, que no admite réplica, que no deja opción a la duda ni mucho menos a la crítica. Y que no responde de sus actos ante nadie (salvo ante Dios y ante la Historia, como decía el otro).
No hace falta que me refiera a los más patéticos ejemplos de nuestra historia política reciente, desde el trío de las Azores (el “créanme, hay armas de destrucción masiva” de Aznar), hasta el desastre desencadenado por Bush con la guerra de Irak, pasando por cualquier situación en la que nuestros políticos se ponen delante de un micrófono, cuando aún no han tenido tiempo de reunir la información suficiente, y sueltan eso de “todo está bajo control, el gobierno ha tomado las medidas necesarias, no existe ningún riesgo”. Echaos a temblar.
Ahora que la recesión se extiende por el mundo sin que nadie acierte a prever las consecuencias, parece claro que su origen estuvo en gran parte en los EEUU, y el cáncer se venía fraguando desde hace años. Años en los que el gran oráculo del mundo financiero y económico, el dios protector de Wall Street, el amo del calabozo de la Reserva Federal, dictaba con pulso firme lo que se debía hacer y lo que no a todos los agentes económicos: Alan Greenspan.
No era suficiente que muchos economistas del mundo académico alertaran sobre el boom inmobiliario y el riesgo de las hipotecas subprime. No era suficiente que inversores tan avispados como Warren Buffet y George Soros avisaran de que el masivo recurso a los derivados financieros, digamos, “imaginativos”, era una bomba de relojería que podía arrastrar a todo el sistema. El Gran Oráculo, investido en su inmenso prestigio y carisma, borraba de un plumazo estas molestas interrupciones a lo que parecía una gran fiesta, el gran banquete al que todo el mundo se apunta y en el que la Historia reservaría para el mismo Greenspan un importante papel.
Os enlazo aquí un fantástico reportaje de Peter S. Goodman en El País:
http://www.elpais.com/articulo/semana/Greenspan/era/realmente/bueno/elpepueco/20081012elpneglse_7/Tes
Así podréis entender de lo que hablo: uno piensa de esta gente del mundo económico, que tanta influencia tiene en nuestras vidas, que realmente saben lo que hacen. Sus conocimientos están fuera del alcance del común de los mortales, su discurso es difícilmente entendible por la gente, tampoco por el mundo político (a diferencia del discurso político, que suele ser de un nivel tan deleznable que cualquier ciudadano sin demasiada formación puede entrar a discutirlo). Por lo tanto, los Greenspan, los Solbes y los Rato echan mano de su prestigio y de la buena consideración entre sus colegas, para generar tranquilidad a los agentes económicos y vender la idea de que ciertas decisiones están en buenas manos. Que son gente pragmática y sensata. Que se darán cuenta de los riesgos antes que nadie y tomarán medidas para atajarlos.
Bien, lo que asusta del reportaje de Goodman es comprobar hasta que punto influyen en las decisiones de estas personas, no diré ya su ideología, sino sus “creencias”, su Fe, así con mayúsculas, es decir, algo irracional en lo que uno quiere creer, y que es muy libre de creer, pero que debe reservarse para el ámbito privado y personal y no guiar la acción pública. En el caso de Greenspan, le llevó a silenciar todas las alertas sobre la necesidad de regular los mercados de derivados e introducir más transparencia. Asusta oir de su boca, una vez más, eso de “créanme, Wall Street se regula sola”, háganme caso, yo sé de lo que hablo y ustedes no, yo soy el gran gurú, no hay ningún riesgo para el sistema, cualquier regulación sólo traerá problemas.
Después de lo que ha pasado, no deja de ser un poco patético oir a Greenspan, en las pocas ocasiones en que se deja ver, explicando lo que ha pasado porque “algunos agentes han sido en exceso avariciosos”. A uno le da por pensar: joder, tanto prestigio y conocimientos para ahora despachar su responsabilidad con semejante simpleza.
Más les valdría a algunos economistas, sobre todo a los que por su posición más influencia tienen en nuestros destinos, un poco más de ciencia y un poco menos de fe.
No hace falta que me refiera a los más patéticos ejemplos de nuestra historia política reciente, desde el trío de las Azores (el “créanme, hay armas de destrucción masiva” de Aznar), hasta el desastre desencadenado por Bush con la guerra de Irak, pasando por cualquier situación en la que nuestros políticos se ponen delante de un micrófono, cuando aún no han tenido tiempo de reunir la información suficiente, y sueltan eso de “todo está bajo control, el gobierno ha tomado las medidas necesarias, no existe ningún riesgo”. Echaos a temblar.
Ahora que la recesión se extiende por el mundo sin que nadie acierte a prever las consecuencias, parece claro que su origen estuvo en gran parte en los EEUU, y el cáncer se venía fraguando desde hace años. Años en los que el gran oráculo del mundo financiero y económico, el dios protector de Wall Street, el amo del calabozo de la Reserva Federal, dictaba con pulso firme lo que se debía hacer y lo que no a todos los agentes económicos: Alan Greenspan.
No era suficiente que muchos economistas del mundo académico alertaran sobre el boom inmobiliario y el riesgo de las hipotecas subprime. No era suficiente que inversores tan avispados como Warren Buffet y George Soros avisaran de que el masivo recurso a los derivados financieros, digamos, “imaginativos”, era una bomba de relojería que podía arrastrar a todo el sistema. El Gran Oráculo, investido en su inmenso prestigio y carisma, borraba de un plumazo estas molestas interrupciones a lo que parecía una gran fiesta, el gran banquete al que todo el mundo se apunta y en el que la Historia reservaría para el mismo Greenspan un importante papel.
Os enlazo aquí un fantástico reportaje de Peter S. Goodman en El País:
http://www.elpais.com/articulo/semana/Greenspan/era/realmente/bueno/elpepueco/20081012elpneglse_7/Tes
Así podréis entender de lo que hablo: uno piensa de esta gente del mundo económico, que tanta influencia tiene en nuestras vidas, que realmente saben lo que hacen. Sus conocimientos están fuera del alcance del común de los mortales, su discurso es difícilmente entendible por la gente, tampoco por el mundo político (a diferencia del discurso político, que suele ser de un nivel tan deleznable que cualquier ciudadano sin demasiada formación puede entrar a discutirlo). Por lo tanto, los Greenspan, los Solbes y los Rato echan mano de su prestigio y de la buena consideración entre sus colegas, para generar tranquilidad a los agentes económicos y vender la idea de que ciertas decisiones están en buenas manos. Que son gente pragmática y sensata. Que se darán cuenta de los riesgos antes que nadie y tomarán medidas para atajarlos.
Bien, lo que asusta del reportaje de Goodman es comprobar hasta que punto influyen en las decisiones de estas personas, no diré ya su ideología, sino sus “creencias”, su Fe, así con mayúsculas, es decir, algo irracional en lo que uno quiere creer, y que es muy libre de creer, pero que debe reservarse para el ámbito privado y personal y no guiar la acción pública. En el caso de Greenspan, le llevó a silenciar todas las alertas sobre la necesidad de regular los mercados de derivados e introducir más transparencia. Asusta oir de su boca, una vez más, eso de “créanme, Wall Street se regula sola”, háganme caso, yo sé de lo que hablo y ustedes no, yo soy el gran gurú, no hay ningún riesgo para el sistema, cualquier regulación sólo traerá problemas.
Después de lo que ha pasado, no deja de ser un poco patético oir a Greenspan, en las pocas ocasiones en que se deja ver, explicando lo que ha pasado porque “algunos agentes han sido en exceso avariciosos”. A uno le da por pensar: joder, tanto prestigio y conocimientos para ahora despachar su responsabilidad con semejante simpleza.
Más les valdría a algunos economistas, sobre todo a los que por su posición más influencia tienen en nuestros destinos, un poco más de ciencia y un poco menos de fe.
Actualización: en este artículo de El País, Krugman también acusa a Paulson de actuar con lentitud y torpeza por razones ideológicas... da gusto que todo un premio Nobel le dé a uno la razón, ja, ja...
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