5/1/11

A vueltas con la ley antitabaco

Como muestra de lo intolerantes, delatores, talibanes y fanáticos que somos los no fumadores, ayer un simpático muchachote decidió abrirle la cabeza de un botellazo al dueño de un local que le conminó a que apagara el cigarrillo… luego dicen que el pueblo no se defiende con energía cuando le pisotean “sus derechos”. Luego diremos que el alcalde de Valladolid, célebre adalid de la igualdad y los derechos individuales de la persona (“esos morritos, mmm….”) no nos alertó de la deriva de tintes fascistas que están tomando los acontecimientos.

En fin. El caso es que por fin disponemos de una ley que nos defiende a la mayoría de ser avasallados por la costumbre de unos pocos. Harían falta otras en otros ámbitos, es cierto, pero eso no hace a esta ley menos necesaria.

La “costumbre” referida, dicho sea de paso, es algo peor que “molesta”: según confirman multitud de estudios médicos desde hace décadas, es además claramente dañina para la salud del que la tiene (lo cual en principio sólo le compete a él) y también para los que están alrededor, lo cual justifica de sobra la intervención de las autoridades para regular su uso.

Lógicamente, un vuelco tan importante en el estatus de unos y de otros a la hora de disfrutar de un espacio público (cerrado) tiene que causar resistencias y cabreos de los que se sienten perdedores. Lo que este grupo tiene que entender es que la situación española era claramente anómala entre los países de nuestro entorno, y que no hay manía persecutoria ninguna en el que desea disfrutar su ocio entre amigos sin que dañen de manera tan gratuita su salud.

Hasta ahora, dicho sea de paso, los perseguidos hemos sido los no fumadores, que hemos hecho gala en general de una tolerancia y capacidad de aguante cercana al infinito: en general, y por evitar líos y discusiones, hemos evitado recriminar a fumadores incluso contra toda lógica, por ejemplo cuando fumaban en recintos hospitalarios, o en el metro, o en un taxi, o delante de niños. Hemos soportado los humos de los amigos y acudir con ellos a locales llenos de humo, situación que demuestra además por qué la anterior ley (de espacios diferenciados) fracasó, como bien explica José Luis Ferreira en esta entrada. En los casos en que sí hemos recriminado tales actitudes, hemos sido tachados de intolerantes, fanáticos y provocadores y conminados a ser nosotros los que abandonáramos el recinto, con actitud bravucona y chulesca.

La desfachatez generalizada del fumador hispano llega hasta el punto de asumir como derecho propio el arrojo de colillas al suelo, da igual si este suelo es el de un bar, la calle, un parque infantil o la escalera o ascensor de la comunidad de vecinos. Es estampa común en Madrid ver a un conductor abrir la portezuela en un semáforo o en medio del atasco y vaciar el cenicero en la calzada. Da asco ver el estado en el que queda la playa de Las Negras, en Almería, después de que una horda de perroflautas, por lo demás seguro que apuntados a las más variadas causas ecologistas, hayan pasado la noche disfrutando en una “playa virgen” de sus derechos inalienables de fumadores…

Por todo ello está justificado que las autoridades animen a los ciudadanos que, éstos sí, vean pisoteados sus derechos, a que denuncien los incumplimientos de la ley. Los que han desatado toda la demagogia de que “el Estado alienta la delación” están en la misma actitud (de hecho, a menudo son los mismos) que los que se escandalizaban de que España hubiera declarado la situación de alerta en el espacio aéreo durante el conflicto con los controladores: hablar mucho de lo anecdótico para hacer olvidar lo fundamental.
La realidad es que las autoridades simplemente están recordando a los ciudadanos que tienen derecho a reclamar cuando la ley está de su parte, como cuando nos venden algo defectuoso y pedimos el libro de reclamaciones.

Dicho sea de paso, los que arguyen que el turismo y la hostelería se verán afectados por la medida, olvidan que tal afirmación no se sostiene a la vista de los países de nuestro entorno, y que incluso Italia, cuyos ciudadanos a menudo son tachados (sobre todo según avanzas hacia el sur) de indisciplinados y pendencieros, hace años que respeta la norma sin mayores problemas.

Todas estas tensiones iniciales, que en algunos pocos casos están derivando en peleas, creo que son anecdóticas y pasarán pronto. Aunque la coyuntura económica y la situación personal de muchos ciudadanos se presta en estos momentos, en mi opinión, al cabreo y a la protesta, y esto puede invitar a la desobediencia, confío en que en pocas semanas toda ésta polémica estará olvidada y España pasará a ser un país un poquito más cívico.

3 comentarios:

Alnair dijo...

Amén.

Saludos desde Las Negras.

José Luis Ferreira dijo...

Gracias por el enlace y la publicidad.

Yo no diría que unos fumadores han cometido esas agresiones. Lo hacen por energúmenos más que por fumadores, aunque el tabaco haya sido la excusa.

Las otras actitudes, como el no saber disponer de las colillas, sí están muy vinculadas al fumar. Uno de los vacíos en la ley está el permitir todavía fumar en las playas o en otros lugares donde no está resuelto ese tema. Otro es el permitir fumar en aglomeraciones humanas, como colas o manifestaciones.

Un saludo.

Ender dijo...

"Gracias por el enlace y la publicidad"

Mientras persistas en la costumbre de escribir entradas interesantes, sensatas y que invitan a la reflexión no tendré más remedio que seguir haciéndote publicidad...

"Lo hacen por energúmenos más que por fumadores"

Es cierto, y siempre se cometen injusticias cuando se generaliza, en este caso con los fumadores que son respetuosos con los demás.

Pero me gustaría profundizar un poco más en ese tema: cuando hablamos de "costumbres" muy arraigadas en una parte de la población, ésta pasa a considerarlas como un derecho: puede ser fumar en los bares, escupir en el suelo, descargarse archivos gratis de internet o arrojar agua a los forasteros en las fiestas del pueblo... En el momento en que se hace algo para defender los derechos de los damnificados en cada uno de esos casos (generalmente de la población en general), suelen sentirse atacados y hasta el menos energúmeno puede reaccionar con agresividad: "que no nos toquen nuestros derechos"... "aquí somos así, y si no te gusta vete de aquí..."... donde el que termina agachando la cabeza y escurriendo el bulto suele ser el agredido, y no el agresor, cuando no hay leyes que lo defiendan (y que se hagan cumplir).

Un saludo.