25/5/11

Cuántos "Luis Ángel Rojos" necesita España...


"Un profesor trabaja para la eternidad: nadie puede decir dónde acaba su influencia"
Henry Brooks Adams

Ha muerto Luis Ángel Rojo.

Ahora que andamos debatiendo sobre la mediocridad de los representantes de la cosa pública, es buen momento para poner a este hombre como ejemplo palpable de lo que España necesita en sus instituciones: brillantez, conocimiento, sabiduría y coraje para ir contra corriente.

No soy el más adecuado para escribir un obituario sobre él, pues no soy de la profesión. Los hay muy buenos, repasando sus aportaciones, en la prensa y en Nada es Gratis, por ejemplo.

Pero como llegué a sentir respeto y admiración por él simplemente conociendo desde fuera sus acciones, su actitud y lo que ha representado para el país, a modo de homenaje recordaré éste post que escribí sobre él al comienzo de la crisis.

Descanse en paz.

23/5/11

PSOE: ¿y ahora qué?

Después de la barrida que ha hecho el PP, ya se están empezando a escuchar las habituales llamadas a “la renovación ideológica” del PSOE (como la de Barreda) y a la “regeneración del partido”, una especie de vuelta a los orígenes que al parecer se habrían perdido durante los últimos años, sobre todo después de haber tenido que aplicar unas medidas económicas que se perciben como impuestas desde fuera y que son rechazadas por eso que se ha dado en llamar “las bases” del partido.

Apañados estamos.

El PSOE está ahora mismo en una encrucijada histórica en su larga trayectoria como partido. Y lo que salga de la reflexión interna que debe afrontar marcará la larga travesía del desierto que le espera durante los próximos años: o bien se pondrán las bases para una futura, más allá del medio plazo, reconciliación con su base sociológica de votantes; o bien se enriscará en sus males y no sólo se enfrentará a varias derrotas seguidas, sino que disminuirá su suelo electoral de forma irremisible.

¿Cuál es el riesgo que veo? Que el partido y sus ideólogos se encaminen con entusiasmo hacia la segunda opción. La probabilidad de que la actual ejecutiva del PSOE haga un mal diagnóstico de su derrota es altísima, pues estos tipos vienen sacando sobresaliente cum laude en hacer malos diagnósticos de la realidad.

Ante todo, dejemos una cosa clara: a los socialistas les ha derrotado básicamente la crisis económica y el 21% de paro. Les hubiera derrotado en cualquier caso, si bien creo que podrían haber evitado la debacle si su gestión de la crisis hubiera sido otra.

Teniendo en cuenta la tradicional falta de autocrítica de nuestros políticos, la tentación de culpar a la crisis y dejar que el tiempo pase sin hacer nada, seguro que forma parte de los debates internos (al fin y al cabo, dirán algunos, a Rajoy le ha funcionado). Aún peor, con tanta atención mediática a los “indignados” del Movimiento 15M, con los medios afines y algunos sesudos columnistas de la izquierda repitiendo machaconamente que los políticos han sido vencidos “por los mercados”, que la “democracia real” está secuestrada por los intereses económicos y que quien de verdad maneja el destino de los gobiernos son los bancos y a lo sumo un grupito de malvados especuladores que se sientan alrededor de una mesa para ver cuál es el próximo país que hunden en la miseria… pues es muy tentador concluir que los votantes socialistas han castigado al partido por aplicar medidas “neoliberales” y recortes sociales impuestos desde fuera, y que es necesario volver a las esencias socialdemócratas de los buenos tiempos, y no traicionarlos nunca, nunca más, palabrita de Niño Jesús…

Como si la “socialdemocracia de los buenos tiempos” fuera aplicable sin cambios a los tiempos de ahora. Como si el Estado del Bienestar, una conquista de la civilización que no ponen en duda más que unos pocos privilegiados que creen no necesitarlo y no quieren pagarlo, así como los forofos de las diversas sectas ultraliberales y neocon que campan por el panorama mediático, no tuviera que ser fuertemente revisado, con el fin no de recortarlo o eliminarlo, sino precisamente de asegurar su sostenibilidad.

La disyuntiva del partido es fuerte, eso no se puede negar. ¿Existe alguien que desde dentro sea capaz de elevarse por encima del ruido mediático y analizar lo que de verdad hay que hacer? Ese alguien, si existe, deberá ser capaz de abandonar el discurso populista anti-mercado y los grandes mensajes filosóficos contra el capital, los bancos y los gnomos de jardín que parecen sacados de un concierto hippie de los años 70 (eso que se lo deje a Izquierda Unida, que sigue estando feliz arrancando un puñado de votos, claramente circunstancial, y sabiéndose el guardián de las esencias de la “auténtica izquierda”). Deberá descartar propuestas chupiguay al estilo de las de los acampados de Sol, que son irrelevantes, o irrealizables o contraproducentes: a todos nos gusta el Bien y aborrecemos el Mal, pero mientras tanto hay cosas más importantes que hacer por el país.

Deberá ser capaz de asumir lo que la Economía tiene que decir sobre algunos tipos de problemas, y por supuesto rodearse de gente capaz de entender, y capaz de saber explicar lo que se hace. Uno de los grandes problemas de los partidos, en general, y del PSOE, en particular, es la de promover el ascenso del mediocre más pelota o del amigo del líder. Los gobernantes mediocres y las políticas gallináceas pueden ser tolerados en tiempos de bonanza (y así creo que ocurrió en la segunda elección de Zapatero, donde la gente le renovó la confianza a pesar de sus pepiños y sus pajines, pues al fin y al cabo la fiesta continuaba). Pero un país no se los puede permitir cuando llegan los malos tiempos (tampoco auguran un brillante panorama Rajoy y sus cospedales, dicho sea de paso).

Una de las cosas más importantes que tiene que hacer ese líder socialista hoy por hoy inexistente (…podría haber sido Rubalcaba con menos años y menos plumas perdidas por el camino) es reconciliarse con la ciudadanía y recuperar la confianza de su votante potencial, de ése votante más o menos centrado que vuelca las elecciones a uno u otro lado. Puede que yo sea un iluso, pero lo que creo que debería hacer es recuperar la honestidad en el discurso y no tratar al votante como si fuera imbécil. Esto pasa, básicamente, por explicar por qué se toman las medidas que se toman, por qué se opta por unas políticas y no por otras, y que, por supuesto, que hay una incertidumbre inherente a la aplicación de toda política que no nos asegura al 100% los resultados perseguidos. En particular en la aplicación de medidas de política económica, pues dicha ciencia no está tan avanzada como para asegurarnos que a tal acción le seguirá cual reacción. Pero se debe envolver la acción política en una lógica entendible por los ciudadanos y dotar al discurso de una narrativa que sea capaz de enganchar a los votantes. Un votante que tenga confianza en sus políticos se dejará convencer casi de cualquier cosa (como hizo González en el referendum de la OTAN o en la reconversión industrial, por dar un ejemplo del mismo partido), y hasta es posible que no castigue demasiado al político tras la aplicación de medidas duras o impopulares, pero necesarias (o al menos, no tanto).

Y todo esto no significa “plegarse a los mercados”, “venderse al capital”, dejar que “ganen los de siempre”, etc. Significa entender la realidad, y que existen algunos mecanismos, alejados de los grandes conceptos ideológicos, que nos pueden ayudar a superar nuestros problemas. Significa reconocer que estamos en medio de un incendio que nosotros no hemos provocado pero que hemos avivado alegremente viviendo en una casa de madera y pajitas, y por lo tanto que tenemos que construir una casa de acero y cemento, y eso exige tiempo, dinero y coraje político, y también que vamos a salir de él más pobres y con bastantes tullidos y mutilados.

Eso sí sería una revolución en el partido. No lo parecería, no generaría titulares, pero lo sería. Y serviría para mejorar el futuro del país. Y luego, que las urnas decidan, que para eso están…

16/5/11

Votar eficacia y votar corrupción

Se acercan las elecciones locales y es pertinente preguntarse de nuevo por qué arrasan en las urnas opciones políticas cuyas listas aparecen salpicadas de imputados en escándalos de corrupción.

Es cierto que una imputación no es una condena, pero la mayoría de estos escándalos no son una acusación aislada de última hora (en cuyo caso el ciudadano podría optar por la presunción de inocencia o incluso sospechar de alguna maniobra política para desacreditar al rival). Bien al contrario, estos asuntos (Gürtel en Madrid y Valencia, ERE’s en Andalucía….) copan las portadas de los periódicos durante meses o años, lo suficiente como para que el ciudadano votante empiece a sospechar que algo podrido debe de haber efectivamente debajo de las alfombras.

No parece ser el caso, a juzgar por las últimas encuestas que aseguran que Camps arrasará en Valencia, Aguirre (no directamente implicada, pero con alguna conexión sospechosa en sus listas) en Madrid y Fabra y otros oscuros personajes de la política local, en sus respectivos feudos… Por lo tanto, o bien el ciudadano no da crédito a las informaciones periodísticas ni al trabajo de jueces, fiscales y policías o, lo que es peor, no le importa.

En un debate radiofónico reciente, un tertuliano de izquierdas daba su explicación, escandalizado, afirmando que “los ciudadanos prefieren la eficacia a pesar de la corrupción”, es decir, prefieren dar su voto a un equipo con imagen de eficaz, a pesar de ser sospechoso de corrupción, que de alguna manera se consideraría algo inherente a la política y con lo que hay que convivir, un mal menor si lo comparamos con las consecuencias de una política ineficaz.

Abandonando momentáneamente la variable “corrupción” de la ecuación, lo cierto es que el que proyecte una imagen de eficaz suele tenerlo mejor ante una elección. Digo “imagen” porque lo que es y no es una política eficaz es, en términos objetivos, muy discutible, pues puede serlo para unos ciudadanos y no para otros. Quedémonos, por lo tanto, en que este tipo de políticos que arrasan en las urnas tiene, como mínimo, “imagen de eficaz” (como Gallardón o Aguirre en Madrid): hacen cosas y saben presentarlas ante el público, que no profundiza mucho más en las consecuencias o los objetivos a largo plazo que puedan tener. Y no digamos ya si añadimos a una oposición inexistente, con mensajes confusos e incapaz de articular un mínimo discurso coherente… vamos, como en Madrid y Valencia. Esto lo explica fantásticamente bien para Valencia Jorge Galindo en éste artículo, pero en líneas generales serviría también para Madrid.

Por lo tanto, vemos que cuando la imagen de eficacia confluye con una oposición inoperante, el político que copa la administración local suele arrasar en las urnas. Pero si a esto le añadimos los escándalos de corrupción entre sus filas, quizá la explicación se quede corta y tengamos que añadir algún elemento al debate. Es lo que hace el profesor de Ciencias Políticas de la Univ. de Gotemburgo, Víctor Lapuente, en éste artículo. En él, cita tres razones fundamentales para “la paradoja de la corrupción”:

La ausencia de una burocracia meritocrática suficientemente impermeable al clientelismo

El sistema electoral de listas cerradas

La falta de pluralidad interna de los medios de comunicación

La primera creo que está clara y a las ventajas de disponer en las administraciones de una tecnocracia que acceda al puesto por algún tipo de sistema de méritos independiente del partido que gobierne, ya se ha referido Cives (artista anteriormente conocido como Citoyen) en varios artículos que merece la pena repasar (por ej, éste). Según Víctor Lapuente, esto explica la relativamente poca corrupción de la Administración General del Estado en comparación con las administraciones autonómicas y locales.

En cuanto al sistema de listas cerradas, no tengo muy claro si el remedio sería peor que la enfermedad… os remito a lo comentado por Roger en éste post.

Me interesa particularmente la última. El problema no es que no haya pluralidad de medios de comunicación, cada uno de los cuales es afín a determinadas posiciones políticas o directamente a algún partido. Esto ocurre así en cualquier parte del mundo. El problema radica en “el mensaje monolítico” (en palabras de Lapuente) de los medios de comunicación patrios, la ausencia de una auténtica pluralidad interna que permita presentar en un mismo medio distintas posiciones o matices, que fomente el auténtico periodismo de investigación (no la búsqueda del escándalo y la difamación gratuita tan común en nuestros medios) y que permita y recompense la rectificación ante el error.

Por el contrario, nuestros medios de comunicación suelen cerrar filas y hacer frente común con el político o el partido que les es más afín, tratando de desprestigiar no sólo las informaciones del “medio rival”, sino a policías, jueces, fiscales y a todo el que trabaje en la investigación y causa de una trama de corrupción del partido al que defienden en su línea editorial. Y se dedican con ahínco a tratar de sacar los trapos sucios del partido rival (lo cual no sería malo en sí mismo) inventándose la noticia si fuera necesario (lo cual ya es harina de otro costal).

El papel que en la sociedad cumplen estos medios, entonces, se pervierte, pues hacen el mismo papel que los votantes incondicionales de los partidos, aquellos convencidos que votan al mismo elección tras elección, opción que es respetable en un ciudadano votante, pero que es lamentable en un medio de comunicación.

Y el problema no es ya que estas actuaciones contribuyan a aumentar el desprestigio de los propios medios de comunicación (esto sólo parece preocupar a un número limitado de ciudadanos especialmente escrupulosos) sino que socavan cada vez más el prestigio de las instituciones encargadas de destapar la corrupción, investigarla, acusar, juzgar, condenar o absolver… y también de informar sobre la misma. Consiguiendo así que el ciudadano piense que todo es inventado, o es una exageración, o directamente se desvincule de la participación política lleno de hastío.

Hay otra razón que siempre me ha parecido entrever cuando un alcalde acusado de mil tropelías sale del juzgado entre vítores de sus conciudadanos, a veces después de haber pagado una fianza millonaria por la que nadie se pregunta. Es una especie de “cierre de filas cavernícola”, algo así como “quiénes son éstos que vienen a meter las narices en las cosas de nuestro pueblo, con lo simpático que es este tipo, la cantidad de monumentos que inaugura y lo generoso que es con su dinero”. Una especie de paletoide defensa de la tribu, unida a un repugnante servilismo para con el poderoso, ese afán de algunos de arrimarse al rico para trincar las migajas, porque de “los otros” nada se va a poder trincar.

En cualquier caso, me temo que el próximo 23 de Mayo, tras las elecciones, asistiremos de nuevo a algún discurso vomitivo que defenderá que las urnas “han vuelto a legitimar” a una buena panda de corruptos.

El debate público sobre energía

Merece mucho la pena que leáis éste artículo de El País sobre energía. Alejado de intereses de unos y de otros, trata de elevarse y dar una perspectiva global. Me ha gustado mucho, aunque al final peca de no ofrecer una propuesta concreta.

Y sí, me gusta incluso el párrafo final. Ya sé, ya sé, suena un poco a "buenismo perroflauta", y no estoy de acuerdo ni con que tengamos políticos inteligentes (al menos en primera línea) ni buenos periodistas (algunos sí hay... pero hay que rastrearlos...). Pero aún así, creo que el tono del mensaje es el que hace falta.